“Para aquellos frustrados, no se preocupen: vendrán tiempos peores, trágicos, oscuros, imposibles”. Makai Stavrolov
A Ricciu
Me sorprendo.
Soy escritor.
Hace mucho tiempo.
Soy escritor hace mucho tiempo gracias a mi gracia para poder describir mis desgracias. Donde está la tragedia allí me encuentro relatándola. Pero no soy bueno en esta labor. Las tristezas en mis manos depauperan en patetismo. Soy un mal escritor.
Llegué al estrado temblando. Llevaba la hoja de papel mojada por mi sudor y no me atrevía a sacar mi pañuelo para limpiarme la frente por temor a que fuera advertido mi nerviosismo. Apenas el público me vio, un silencio hondo estremeció aún más mi razón. Luego siguió un leve murmullo en la parte de atrás del auditorio, donde se encontraban los jóvenes. Sabía que hablaban de mí: me criticaban.
“Buenos días”, dije. Y disimulando mi temor observé a los de la fila del frente. Un anciano miró furtivamente su reloj y me vio con aire desaprobación. Eran las dos de la tarde. “Buenas tardes”, corregí.
Empecé: “Como escritor, pero aún más como persona, prefiero los elementos hondos del ser humano, lejos de los superficiales...” La primera persona se levantó y camino apresuradamente a la salida. “Dios mío, ayúdame”, me dije a mí mismo. Elevé la voz: “...porque el hombre es profundo y complejo, que es lo que digo en mis obras...” La segunda persona tomó su paraguas y prácticamente trotó hasta la salida. “Ni siquiera con semejante lluvia se quedan a escucharme, ya los obligaré a oírme”, pensé. Proseguí con impaciencia: “...porque la literatura forma parte de esa complejidad”. El tercer cobarde se estiró en su asiento y se dispuso a escapar cuando le dije: “Señor, ¿no ve que estoy hablando?, permanezca en su sitio”. Inmediatamente una sola voz recorrió el auditorio y no tardó en ser acompañada de cientos de pasos caminando indignados hacia la salida. Sentí escalofríos, y tuve suficientes fuerzas para bajar del estrado y susurrarle al escritor que iba a intervenir después de mí: “Lo siento, siempre los espanto”.
Como iba diciendo: soy un mal escritor. Y por eso soy tan famoso. Mi primera novela “La soledad de mi mujer Soledad” fue gratamente aplaudida por el gremio de los humoristas que vieron en ella una sátira a la mujer colombiana a la manera de los chistes machistas.
“Con gran maestría, señala el famoso humorista Marco Bello, usted logró lo que pocos humoristas: retratar la viveza de la mujer colombiana en su viudez, ¿qué piensa de esto?”, me preguntó el periodista mirándome con una sonrisa estúpida. “Qué mueca tan repugnante”, quise decirle, pero respondí pausadamente: “Mario se equivoca: yo solo quise escribir sobre la desesperación de una mujer”. Noté que el camarógrafo se llevaba una mano a la boca para reprimir su risa. No me inmuté y dije: “La mujer que ha perdido a su marido en la masacre de las...”. El periodista miraba a sus pies intentando controlarse, pero no pudo más: una honda y asquienta carcajada se escuchó en el estudio. Al instante el camarógrafo dejó de grabar. Desde ese momento fui aceptado como humorista y rechazado como escritor. En las tertulias de risas me escuchan y se burlan de mí, en las tertulias literarias no me escuchan y se alejan de mí.
Era lo único que quería decir: soy un mal escritor... lo sustenté con un par de ejemplos. Y como no sé terminar las historias que comienzo, dejaré que unos cuatro puntos, negros y redondos, acaben con esto ....
Por: Sergio Peñaranda
Foto Cortesía: http://blogs.ya.com/elrincondegrial2/files/periodista.jpg
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