lunes, 11 de mayo de 2009

Sacrificar el Interés Cuento Libros & Café


“Hay personas que sólo podrás
comprar de ellas el cadáver,
pero no desperdicies tu dinero”.
Makai Stavrolov

Vio el cigarrillo aplastarse firmemente en la base del pequeño octágono de material vidrioso que se encontraba colocado en la mesa negra, de madera casi podrida. Luego, como si esperara algo más del cigarrillo, se quedó mirándolo mientras agonizaba y despedía humo cansinamente. Las paredes de la habitación estaban sucias de humedad, así que tenía mucho frío, y se abrigó con un saco algo raído.


Santiago se levantó del asiento, se estiró y divisó a través de la ventana al político que se acercaba al edificio. “Quiere comprarme”, pensó. Y no se equivocaba, querían comprarlo, pero los precios de las personas varían tanto, y son tantas las vicisitudes que acarrea el ser comprado (compréndase los problemas de conciencia, que siempre nos abordan) que Santiago se sintió confundido, con deseos de tener a alguien que le dijera cómo actuar.


El político timbró. Santiago, antes de abrir colocó su rostro más serio, más digno, más inquebrantable, más temerario. “Buenas tardes”, “Buenas tardes”. El político miró con desprecio la vivienda del periodista, se sentó sin ser invitado y con voz profunda y ronca, algo autoritaria asestó: “Vengo a comprarlo”. La frase tan directa no desconcertó a Santiago. “Sólo quiero que me diga por qué quiere comprarme, convénzame de que no le haré daño a nadie, de que lo único que haré es negociar mi conciencia y mi dignidad sin afectar la de las más personas”. Esta respuesta fue proferida rápidamente, más que palabras se percibía cierto farfullo. Sin embargo, el político entendió perfectamente.


El lector se preguntará cómo puede existir una conversación tan escueta y tan sincera en esta clase de transacciones. Hemos creído siempre que esta clase de cosas se tratan con eufemismos pronunciados en susurros cómplices. Sin embargo, desmentiremos al lector: la realidad es que ya estamos tan acostumbrados a los comercios humanos, si se nos permite el término, que las partes que negocian se sinceran, se vuelven honestas. Como ven, no todo es tan malo como parece.


El político entonces se acomodó en el sillón, como preparándose para una larga disertación: “Hoy nuestro partido ha advertido que necesita tener un hatajo de periodistas que velen por sus intereses. Quiero decir que necesitamos personas que muestren todas nuestras bondades y oculten nuestros defectos, sólo le puedo decir esto.”


Santiago quedó desilusionado. “En serio, explíqueme si las personas se van a ver afectadas porque yo me deje comprar”, preguntó. “Bueno...”, se volvió a acomodar el político y dijo: “primero que todo, no es mi deber explicarle esas cosas, segundo, no es que usted se deje comprar, no es cosa de voluntad suya, ni de gusto, ni si quiere, ni nada por el estilo, sino que usted tiene la responsabilidad con usted y con la sociedad de venderse”. Santiago no se inmutó, seguía con el mismo rostro impenetrable que había adoptado desde el inicio. “Bueno, como sea, pero explíqueme si las personas van a verse afectadas si yo me vendo”. El político volvió a acomodarse, demostrando así la incomodidad de las preguntas del periodista.


“Afectadas afectas... pues no propiamente. Usted sabe que nosotros los políticos estamos encaminados a defender nuestros propios intereses sobre el bien común, esa es la consigna que ha sido cantada a lo largo de los años de nuestra existencia. Además, es una de las leyes del capitalismo y del neoliberalismo. Por lo tanto, cuando usted utiliza la palabra “afectados” para referirse a las personas de las cuales nos aprovecharemos, me molesto, porque está en contra de mis intereses. Mire, para ser un buen político, no hay que pensar en las demás personas, porque si uno se pone en esas termina volviéndose una mierda. Recuerdo que un colega mío, del Partido de la V (escuche bien, de la V), empezó a decir que las personas estaban pobres y no sé qué vainas, a pensar en los demás... Bueno, finalmente se suicidó en la más honda de las locuras... Bueno... La verdad no se suicidó en el sentido estricto del término, pero regaló sus bienes y se fue a vivir en la más inmensa soledad, que es lo mismo que matarse. Eso por darle un ejemplo. Como observamos que la situación de mi colega era producida por la conciencia solidaria decidimos no preocuparnos por nadie más, y menos por él, ya que la cosa podría ser peligrosamente contagiosa. Si usted va a contribuir en nuestros designios, apoyándonos, obviamente también apoyará nuestras decisiones que comprometen a los honorables ciudadanos. Me extraña que me haya hecho esa pregunta, siendo usted periodista, debería saberlo. Nosotros lo compramos, siguiendo el rumbo natural de la democracia, usted se vende. Ya pasaron los días en que la gente que debía ser comprada se hacía la necia y argumentaba no sé qué problemas éticos, cosa que dificultada nuestra labor, o por lo menos, la demoraba. Ahora mismo usted está dañando esa relación tan natural que hace años los políticos habíamos establecido con ustedes los periodistas. Ahora pasemos al precio.”


Santiago demudó su expresión. Prendió un cigarrillo. “Miré doctor, yo sé que no es el procedimiento que está de moda, pero ya que mi destino inefable era ser comprado deseaba algo más clásico, de otros tiempos, usted hablando, yo escuchando, luego regatear, entrar en alguna discusión ética, y finalmente dejarme vender. Esos tiempos eran más románticos en los que nos vendíamos haciéndonos los moralistas. Usted dice que esas posturas dignas entorpecen la marcha natural de la vida política, pero a mí me parece hermoso tener que venderse así, actuar un poco, decir un par de frases, de hecho, le confieso, yo ya había preparado unas palabras mientras subía usted a mi apartamento: “Comprarán mi cadáver para alimentar a los cerdos, mas no mi palabra, ni mi dignidad”. No podrá negarme que se estremecería si alguien le dijera eso. Era bonito antes.”


El político enrojeció de rabia, pero luego se tranquilizó. “Tomaré en cuenta su sugerencia, ahora, le ofrezco quince millones”. El periodista se quedó mirándolo en silencio mientras se rascaba la nariz. “Vendido”.

 

Por: Sergio Peñaranda

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